miércoles, 11 de mayo de 2016

Legitimidad e ilegitimidad del sistema de gobierno

Debería acordarse un salario ético máximo.
Debería acordarse un salario ético máximo.
Cuando un sistema de gobierno se transforma en un peligro para los propios ciudadanos, es hora de replantearse la prevalescencia de ese sistema de gobierno. 
Si aceptamos que el sistema de gobierno es legítimo en tanto su naturaleza es la extensión y el brazo que la sociedad tiene para resolver los problemas que le afectan, es lícito interpretar que cuando este sistema de gobierno sólo busca fortalecer el poder de unos pocos para someter la voluntad de los muchos, ése sistema de gobierno se transforma –por su propia acción– en un sistema ilegítimo.
Como sistema ilegítimo habrá de ser abolido. La historia contiene innumerables ejemplos de esta lógica social que reacciona ante la corrupción de los sistemas de gobierno. Porque la naturaleza y la dinámica de la sociedad no es volverse contra sí misma, cuando esto ocurre, es el sistema de gobierno y no la sociedad, el que se ha corrompido. Es el andamiaje del sistema de gobierno y no la sociedad, el que se tambalea. Es el sistema de gobierno y no la sociedad, el que caerá impulsado por los hedores de su propia corrupción.
La humanidad, en su conjunto, ha llegado a límites entre los cuales resulta intolerable seguir soportando el monstruo que ella misma ha creado. Desde Vladivostok, pasando por Pekín, Atenas y Roma, hasta Anchorage; desde Reikiavik, pasando por El Cairo, Bamako, Abujá y Maputo, hasta llegar a Puerto Williams, el descontento es una sola red cerniéndose sobre el cuello del sistema de gobierno, con la misma intensidad con que ese gobierno aprieta el cuello de sus ciudadanos con más obligaciones de impuestos y guillotina los derechos adquiridos a precio de sangre, por hombres que lucharon durante generaciones.
El administrador de turno corta y segrega creyendo que la memoria de la sociedad a la cual corta y segrega, ha caído en el pozo de la amnesia. Se equivoca. Esa memoria permanece intacta y, con la misma eficiencia con que él corta y segrega, anota el peso de esas acciones en el libro de los agravantes. En la actualidad hay un divorcio entre el sistema de gobierno y la sociedad y como todo divorcio es una guerra.
Pero la sociedad sabe que su historia no la engañará; es consciente que quienes la tergiversan son los administradores de turno. Por esto, la sociedad se apoya en la inteligencia que le otorga la memoria de su propia historia y rechaza a quienes se escudan en el pseudo pretexto de salvaguardar el bienestar de la sociedad, para dinamitar sus cimientos.
Sin embargo, el administrador de turno parece obviar estas lecciones de la historia. Parece no entender que, en la paciencia de los días, se incuba una rebeldía que habrá de transformarse en voluntad que irá a matar a su querida y admirada creación, antes que este Frankenstein aniquile a la propia sociedad que lo ha creado. 

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